miércoles, 20 de abril de 2011

SAN ANTONIO DE PADUA Y LA MULA


Se encontraba San Antonio de Padua predicando en Italia. Un lugar donde habiataban muchos herejes que no creían en el dogma de la presencia real de Jesus en la Santa Hostia, y decían que solo era un símbolo.
San Antonio argumentaba al prueblo razones de por qué creer que Jesus se encuentra en la Eucaristía, y los jefes de los herejes le daban la contra, principalmente Bonvillo que era el principal entre todos los herejes. Y éste lo desafió al Santo a una prueba.
Le dijo: si quieres que yo crea en ese misterio, has de hacer el siguiente milagro. Yo tengo una mula; la tendré sin comer por tres días continuos, pasados los cuales nos presentaremos juntos ante ella: yo con comida y tu con tu sacramento. Si al mula no hace caso a la comida ys e arrodilla y adora tu pan, entonces también lo adorare yo.
El Santo sin pensar en lo que se metía aceptó la prueba, y re retiro a implorar el auxilio de Dios con oraciones, ayuno, mortificaciones.
Pasados los tres dias llega el hereje con su mula sin comer por tres dias, a la plaza pública donde se encontraban muchos expectadores. Al mismo tiempo, por el lado opuesto de la plaza, entraba en ella San Antonio, llevando en sus manos una Custodia con el Cuerpo de Cristo.
San Antonio hablándole a la mula le dijo:
En nombre de aquel Señor a quien yo, aunque indigno, tengo en mis manos, te mando que vengas luego a hacer reverencia a tu Creador, para que la malicia de los herejes se confunda y todos entiendan la verdad de este altísimo sacramento, que los sacerdotes tratamos en el altar, y que todas las criaturas están sujetas a su Creador

Mientras decía el Santo estas palabras, el hereje echaba cebada a la mula para que comiese; pero la mula, sin hacer caso de la comida avanzó pausadamente, como si hubiese tenido uso de razón, y, doblando respetuosamente las rodillas ante el Santo que mantenía levantada la Sagrada Hostia, permaneció en esta postura hasta que San Antonio le concedió licencia para que se levantara. Bonvillo cumplió su promesa y se convirtió de todo corazón a la fe católica; los herejes se retractaron de sus errores, y San Antonio, después de dar la bendición con el Santísimo en medio de una tempestad de vítores y aplausos, condujo la Hostia procesionalmente y en triunfo a la iglesia, donde se dieron gracias a Dios por el estupendo portento y conversión de tantos herejes.

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